viernes, 5 de diciembre de 2014

Chavs, the demonization of the working class


Owen Jones es uno de los referentes políticos con más influencia en la Gran Bretaña actual, perteneciendo además a esa nueva generación de jóvenes que, como en España ocurre con Podemos, han volcado sus energías en intentar hacer de éste un mundo algo más justo. Un mundo donde la desigualdad no siga creciendo a niveles desconocidos, trasladándonos a escenarios más propios de la pre-industrialización que al siglo de los avances y la "tecnología".

Es un llamamiento a la unión, a recordarnos que la fuerza está aún en nuestras manos, a dejarnos de mirar con desconfianza entre nosotros mientras son los de arriba los que siguen sonriendo, mientras se hacen cada vez más insoportables los recortes, que recaen sobre los de siempre. Y mientras esos que se ríen repiten su mantra de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, de que hay que apretarse el cinturón, cuando a la vez que se están rescatando bancos por la mala gestión de esos pocos, se desahucian a familias enteras... por poner un solo ejemplo.

Os dejo esta reseña, pero es que Chavs da para mucho más. Su siguiente trabajo "The Establishment" se ha publicado hace poco, y espero impaciente a tenerlo.




Reseñas Jones, Owen; Chavs. La demonización de la clase
obrera.
* César Rendueles cesar.rendueles@cps.ucm.es Universidad Complutense de Madrid
Para la Revista Teknokultura, (2013)

El crítico musical Víctor Lenore suele hablar de Camela –un grupo de tecno-rumba con mu- chos seguidores– como ejemplo de la invisibilización de las clases populares en el periodismo cultural. Camela ha vendido más de siete millones de discos y, sin embargo, es un grupo com- pletamente marginado en los medios de comunicación: “Recuerdo estar trabajando en La Razón y escuchar que un subdirector del periódico le pedía a un periodista, hoy columnista en El Mundo, que hiciese una entrevista a Camela. Su respuesta fue la típica: ‘¿Y qué hago yo con esos? ¿Atracamos una gasolinera?’ Me dio tanta rabia que me ofrecí voluntario. En la charla me contaron que la megatienda de discos Madrid Rock se negaba a ponerlos en su lista de ventas, aunque eran el artista que más cedés despachaba. También lamentaban que casi nadie quería entrevistarles y cuando lo hacían el texto tenía "deslices" freudianos, como poner ‘Choni’ en vez de Dioni o decir que eran un grupo de gitanos, cuando en realidad ninguno lo es”.

Owen Jones comienza Chavs. La demonización de la clase obrera con una anécdota si- milar. Una cena en la que alguien hace un chiste de dudoso gusto sobre los chavs, el término peyorativo que se usa en Inglaterra para designar la subcultura de la clase trabajadora y que en España se podría traducir por canis, pokeros o poligoneros. Jones señala que una broma si- milar sobre homosexuales, judíos o inmigrantes hubiera sido inimaginable en ese mismo contexto. ¿Cómo es que la clase obrera ha llegado a convertirse en blanco aceptable de comen- tarios insidiosos por parte no sólo de las élites económicas sino de personas progresistas y exquisitamente respetuosas con toda clase de minorías? En la era del multiculturalismo, el cla- sismo parece la única forma de discriminación aceptable.

Pero Chavs no es una defensa etnológica de la cultura de las clases populares sino un aná- lisis del modo en que la aceptación de la desigualdad material se ha instalado en nuestro ecosistema ideológico hasta el punto de que somos incapaces de verla. Se trata de una pro- puesta explícitamente infuenciada por el trabajo que Richard W. Wilkinson y Kate Pickett presentaron en The Spirit Level. La aportación de Owen Jones es un estudio teóricamente sol- vente y empíricamente arrollador de la dinámica de estratifcación social incrementada que en los últimos treinta años ha mejorado la posición de las élites sociales sin provocar una res- puesta de las masas de trabajadores empobrecidos. Chavs es un ensayo accesible –casi periodístico– y empático que refeja los efectos de tres décadas de contrarrevolución neoliberal en un amplio abanico de espacios sociales: desde las relaciones laborales a la política parla- mentaria, pasando por las fnanzas, la cultura popular, la vida familiar o los códigos ideológicos. Aunque Jones se centra en el Reino Unido, donde los efectos de esta lucha de clases son particularmente visibles, sus conclusiones son perfectamente extrapolables a otros contextos.

Chavs comienza haciendo un repaso de algunos estereotipos sobre los trabajadores pobres británicos, omnipresentes en los medios de comunicación, y los relaciona con una tradición de odio de clase que se remonta al menos a Bernard Mandeville, quien escribía: “En una nación libre, en la que no se permite la esclavitud, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos. Para hacer feliz a la sociedad y tener contentas a las gentes, aun en las cir- cunstancias más humildes, es indispensable que el mayor número de ellas sean, al tiempo que pobres, totalmente ignorantes” (La fábula de las abejas, México, FCE, 1982, p. 125).

Como señala Jones, el cambio que se ha producido en la imagen pública de la clase obrera desde los años setenta ha sido extraordinario. Muchos analistas, no necesariamente conserva- dores, sencillamente responsabilizan a los trabajadores pobres de sus problemas. Pero incluso cuando no es así y se toma en consideración las limitaciones de oportunidades a las que se en - frentan, se tiende a desconfar de su capacidad para protagonizar las transformaciones políticas necesarias para mejorar sus condiciones de vida. La imagen hegemónica de la clase trabaja- dora británica es la de una masa inculta, consumista, violenta y racista:

El odio a los chavs es mucho más que esnobismo. Es lucha de clases. Es una expresión de la creencia de que todo el mundo debería volverse de clase media y abrazar los valores y estilos de la clase media, dejando a quienes no lo hacen como objeto de odio y escarnio. Se trata de negarse a reconocer nada valioso en la clase trabajadora británica, y despezarla sistemáticamente en los periódicos, la televisión, en Facebook y en la conversación general.
Eso es lo que implica la demonización de la clase trabajadora (p. 168).

Jones cuestiona estos estereotipos con una mirada aguda y compasiva. Por ejemplo, en los me- dios de comunicación británicos es habitual un retrato, con claras reminiscencias maltusianas, de las jóvenes de clase trabajadora como insaciablemente promiscuas e irresponsables. En oca- siones se afrma explícitamente que el alto número de embarazos entre las adolescentes de clase baja es el producto de una estratagema para acceder a ayudas sociales y a una vivienda de protección ofcial. Jones desmonta empíricamente ese mito y se atreve a cuestionar el dogma que establece que la maternidad tardía, una práctica típica de la clase media, es la única opción aceptable:

Las adolescentes de clase media en principio tienen menos probabilidades de quedarse embarazadas, pero también tienen considerablemente más probabilidades de tener un aborto. Hablé con unas pocas jóvenes de clase media, algunas de las cuales habían abortado de adolescentes. Su motivo para no querer un hijo en ese momento era el mismo: miedo de las consecuencias que eso tendría en una etapa tan temprana de sus carreras. Pero si vives en una zona con altos índices de desempleo y donde solo se ofertan trabajos poco atractivos y mal pagados, ¿por qué esperar para ser madre? (...) Un reciente y detallado estudio muestra que los embarazos en adolescentes pueden tener muchos aspectos positivos, sobre todo para las jóvenes de entornos más pobres. (p. 261)

Owen Jones rastrea el origen de esta atmósfera estigmatizadora en la inmensa transformación que impulsó Margaret Thatcher y que cambió las reglas del juego político en el Reino Unido y en casi todo el mundo. El odio a los trabajadores pobres forma parte de un ambicioso plan de redefnición de las relaciones de clase en el terreno tanto económico como social.

Los chavs son, en primer lugar, el subproducto de la desindustrialización acelerada de la economía británica y de la conversión de la City londinense en el nodo fnanciero mundial (Nicolas Sarkozy llegó a declarar que el Reino Unido “no tenía industria”). En los años setenta el Reino Unido tenía uno de los porcentajes más altos de empleo industrial sobre el empleo total, en torno al 35 por ciento; hoy es del diez por ciento. La apuesta postindustrial neoliberal tuvo resultados económicos nefastos para la mayoría de la población y asombró por su radica- lismo incluso a los reaganianos más entusiastas. Su objetivo declarado era sencillamente conseguir que los más ricos acumularan tanto dinero como fuera posible. Por el camino dejó enormes bolsas de pobreza y marginación en las antiguas comunidades obreras, a las que
ahora se achaca su escasa capacidad de emprendimiento.

En segundo lugar, los chavs son el producto de una estrategia deliberada para reconfgurar el mapa político anglosajón destruyendo la capacidad de las organizaciones obreras para actuar como polo de contrapoder. Cuando le preguntaron a Margaret Tatcher cuál había sido su mayor logro respondió: “el nuevo laborismo”. En efecto, la primera ministra británica consi- guió que la igualdad desapareciera del mapa político, siguiendo los pasos de la fraternidad. La tercera vía laborista y, tras ella, en mayor o menor medida todo el espectro de la socialdemo- cracia europea, ha asumido los ideales meritocráticos que tradicionalmente habían sido patrimonio de la tradición conservadora.

Hoy, una de las precomprensiones políticas más frmemente asentadas es que la única igualdad aceptable es la igualdad de oportunidades. Desde este punto de vista, el avance social consiste en eliminar las barreras de entrada que distorsionan los mecanismos de gratifcación del esfuerzo individual. Por eso la meritocracia suele ir unida a una pobre consideración de las ocupaciones, la cultura y las comunidades obreras. La clase trabajadora es una situación de la que conviene a escapar y el programa de la nueva izquierda consiste en tratar de facilitar ese proceso con más efcacia y honestidad que la derecha. Este consenso político, por supuesto, engrana perfectamente con el negacionismo de clase teórico, ya casi estándar en las ciencias sociales contemporáneas. Owen Jones, en cambio, propone una recuperación amplia e intuitiva de las clases sociales como un marco conceptual imprescindible para entender la dinámica po- lítica contemporánea.

Hay algo insidioso en la pretensión de que ya no hay clases en la Gran Bretaña actual. Apenas pasa un día sin que algún político o comentarista rinda homenaje a la “meritocracia” o a la idea de que cualquiera con el talento y la determinación sufcientes puede prosperar en la Gran Bretaña actual. La trágica ironía es que el mito de la sociedad sin clases ganaba terreno a medida que se iba amañando la sociedad a favor de la clase media. Gran Bretaña sigue tan dividida en clases como siempre (p. 203).


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